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"Soy un bicho de la tierra como cualquier ser humano, con cualidades y defectos, con errores y aciertos, -déjenme quedarme así- con mi memoria, ahora que yo soy. No quiero olvidar nada."



José Saramago

martes, 28 de diciembre de 2021

"LOS JARDINES DE CUARZO (RESEÑA SOBRE EL LIBRO "ARQUITECTURA OBLICUA" DEL POETA JAIME SILES)" POR ALEJANDRO LÓPEZ ANDRADA

 


«En las casi doscientas páginas del libro, no hay ni un solo poema, ni un solo verso, que sea frágil...»

En el título de más de un libro de poesía no logramos hallar de entrada una señal que conduzca a intuir el mensaje que contienen. Y eso, en principio, produce desconcierto. Esto, a veces, no obstante, es solo en apariencia, porque hay títulos de poemarios -este es el caso- que son polisémicos o, al menos, caleidoscópicos, y no solo encierran mensajes muy distintos, sino también texturas diferentes que el lector va engarzando y componiendo mientras lee consiguiendo tejer un tapiz de altura estética que se le queda en el alma dibujado. Es lo que ocurre en Arquitectura oblicua . En este libro de versos de Jaime Siles (Valencia, 1951) aparecen y se yuxtaponen de un modo armónico distintos espacios y asuntos diferentes que, no obstante, se ayuntan maravillosamente, gracias a la perspicacia magistral de uno de los poetas más genuinos y originales de nuestro país. Hoy por hoy, Jaime Siles es uno de los grandes. Ya hicimos aquí, en este mismo suplemento, una reseña crítica de su anterior libro, Galería de rara antigüedad , con el que obtuvo en su día el Gil de Biedma, destacando de este la elaboración serena de un universo lírico sutil, brillante tanto en la forma como en el fondo.

Los poemarios de Siles siempre suelen sorprendernos de una manera grata y positiva. Si en el libro anterior, como en cualquiera de los suyos, sobresalían la musicalidad y la textura crujiente de sus versos, en este que aquí comentamos ambas cualidades sobresalen aún más, pues, no en balde, Jaime Siles utiliza con una maestría singular la rima asonante, a veces también la consonante, en poemas gozosos, de una belleza cristalina, que fulgen como jardines melodiosos, como serenos y minúsculos parterres impregnados de una brutal delicadeza: «Jardines que espejean/ su sombra derramada» (pág. 27). Cada verso fulgura sencillo, incandescente, como un delicioso guijarro de cuarcita, una de esas sutiles y amables piedrecitas que uno buscaba de niño con amor, y un entusiasmo difícil de explicar, en las misteriosas minas de El Soldado, de galena argentífera, muy cerca de mi pueblo, en cuyos humildes alrededores abundaban la blenda, la pirita y el cuarzo blanco. Aquí en este libro hay un tono iridiscente que todo lo empaña de una secular belleza. Este poemario de Siles llega al tuétano, te inunda la sangre de una pureza mineral, de un olor diamantino, suave, ajardinado: «Atravieso montañas donde el verde/ combate con el gris, el hielo con el agua;/ la nieve con el rojo de una luz escarlata» (pág. 119). En las casi doscientas páginas del libro, no hay ni un solo poema, ni un solo verso, que sea frágil: cada pieza exuda una belleza mineral, pero también ingrávida, emotiva: «El tiempo lanza ya/ sus últimos disparos/ sobre la breve nieve/ pisada por los años» (pág. 127). Los versos anteriores, tan certeros y tan simbólicos solo pueden haber sido escritos y perfilados por un poeta enorme y magistral, como es Jaime Siles: pocos saben inocular tanta armonía y música en sus versos. Aquí los poemas exudan una luz cálida que armoniza y respira con la Naturaleza. Uno siente al transitar por este libro que se halla en el fondo de una virginal galaxia donde todo relumbra y gira en armonía. Los poemas transpiran, exhalan claridad, mágica nitidez, una virginal belleza que nos acaba impregnando el corazón de una infinita y voraz melancolía: «Estoy viendo la nada en pleno mediodía/ extender por el suelo sus ocres casi súbitos» (pág. 55); cuánta pureza añil reconcentrada, también diluida en este manojo de poemas, singulares guijarros llenos de blandas irisaciones, como piedras de cuarzo o esquirlas de calcopirita que humildes relumbran en las escombreras de esa mina, hoy en franco declive, que es la poesía española, donde quieren vendernos gato por liebre a cada instante.

Dividido en cuatro apartados que armonizan, y se complementan en el fondo y en la forma, este libro rebosa versos sutiles, zigzagueantes -«Espuma, las palomas/ en lo alto del árbol» (pág. 134)- que se nos quedan aleteando entre los ojos.

Hay piezas también de tono reflexivo, de indagación y de búsqueda del «yo»; pero lo que más sobresale es el fulgor de esos jardines simbólicos, sagrados, enquistados en cada poesía, en cada verso, de este magnífico Arquitectura oblicua , en el que la luz proyecta un tono azul que ajardina las sombras de nuestro interior, y nos hace más niños, más puros, más humanos.

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