Esta es la primera novela de la autora y sorprende. Hay un depurado uso
del lenguaje y sobre todo una estructura narrativa que no evidencia dudas de
guion. Se circunscribe dentro de lo que llamamos literatura negra o policial, a
cuyo molde permanece fiel, sobre todo en las deducciones finales, aunque lo más
destacable es la descripción de clases tanto dentro la sociedad chilena como
también el provincianismo que exacerba las diferencias entre éstas.
Es un libro pulcro, aquí el trabajo de taller literario ha dado sus
frutos y de qué forma. No hay ripios, la creación de atmósferas e imágenes de
los lugares es muy vívida, el trabajo a nivel psicológico de los personajes
refleja plenamente a esos seres de la fauna nacional que rondan los treinta
años.
La primera persona introspectiva y dubitativa que caracteriza al aprendiz
de detective Miguel Cancino navega por aguas inseguras. Es un estudiante de
literatura, un alter ego del sexo contrario a la autora y que tiene una voz
narrativa muy nítida. Un adulto joven enrollado, prejuicioso, que se ha codeado
en el colegio con hijos de hacendados y tiene una opinión bastante negativa de
estos «cuicos»,
hijitos de papá, que viven en una burbuja que mira hacia abajo al resto del
perraje.
Hay un desaparecido, lo que recuerda épocas pretéritas de la dictadura.
José Ignacio Latorre tiene el apellido adecuado, pero es un simple ejecutivo de
inversiones en un banco, les presta dinero a los ricos, pero jamás amasará
fortuna en ese trabajo, simplemente tiene el dinero suficiente para acudir a
pubs en busca de diversión.
Esta precariedad económica también caracteriza a Miguel Cancino. Estudió
literatura en Santiago, pero los fines de semana visitaba a su madre en Talca.
Es una persona que no tiene raíces, está conversando con alguien, pero siempre
tiene la mente puesta en otro lugar, un ser que deja las cosas inconclusas, su
madre ha muerto y no mantiene ninguna relación estable. Ferviente seguidor del
inspector Heredia de Díaz Eterovic. Le agradan los personajes difusos e
irresolutos, de lo contrario compartiría rasgos de personalidad con la clase
alta, seguros de sí mismos y pertenecientes a castas donde se reparten el poder
económico. Prefiere ser un perdedor que observa desde lejos a Nicole, le atrae
porque está fuera de su círculo, le habla puras leseras, pero su compañía llena
algunos vacíos.
Ambos intentan ayudar a Magda para que encuentre pistas del paradero de
José Ignacio. Desapareció luego de la boda y a Magda la abandonaron drogada en
su auto. Hay un hilo de la trama que tiene que ver con narcotraficantes, son
omnipresentes para los habitantes del sur y sospechan que el novio de Magda
estuvo relacionado a negocios turbios.
Julia Guzmán describe acertadamente el mundillo de los ejecutivos
bancarios, unos ciudadanos de medio pelo, que sin embargo prestan millones de
pesos. Tienen un estatus de clase media, pero sus vidas son más higiénicas que
el común de la población. Sus metas son meramente materiales, se contentan con
poco. Los gerentes de los bancos y los fiscales, en cambio, representan otro
estrato más elevado y administran el poder para favorecer a los más ricos.
Ronda durante toda la novela, la idea de que el dinero y las tierras se las
reparten entre gente turbia emparentada con la clase privilegiada.
Hay un inmovilismo social que viene de los tiempos de la dictadura. Los
latifundistas son dueños de las ciudades del sur, que más bien parecen pueblos.
En regiones todos se conocen y hasta los curas de la iglesia conocen del turbio
actuar de estos hacendados, que durante la época de Pinochet permitieron
torturas al interior de sus tierras. Estos ricos se acostumbraron a actuar con
el beneplácito de los militares y cincuenta años después todavía creen que el
país y las personas les pertenecen.
El trasfondo histórico que da cuenta del actuar pasado de estos
hacendados le da espesor a la maldad de los villanos. No serán
narcotraficantes, pero están dispuestos a todo con tal de mantener su poder. Su
mundo de apariencias y relaciones públicas es de un vacío abismante, sólo les
interesa saber con quién se casarán sus hijas y qué ventajas pueden obtener del
sagrado vínculo. De ahí la importancia de que los sucesos desgraciados estén
descritos a partir del eventual futuro de un novio y su pareja. Hay diferencia
de clases entre ellos, pero la familia de la novia pretende sacar réditos
económicos de ese enlace. No son como Romeo y Julieta, aquí persiste el
desprecio de clase, pero la familia deja de lado su orgullo para acrecentar su
fortuna.
El retrato de la clase alta es sin medias tintas, aunque la mirada a los
ciudadanos de medio pelo tampoco es muy halagüeña. Son igual de prejuiciosos,
pero navegan en aguas nebulosas, sin objetivos claros y dan cuenta de la
pobreza intelectual de la sociedad chilena.
Los colegios y los pubs aparecen como lugares en donde se mezclan las
clases y Julia Guzmán nos brinda una demoledora visión del mundo de provincias.
En regiones el pasado sigue manteniéndose vigente y los habitantes no hacen
nada por cambiar la subordinación a la clase alta.
Julia Guzmán desarrolla la historia con una pluma ágil, que evidencia una
gran vocación por los diálogos. Son intercambios llenos de vida que desnudan el
mundo interior de los personajes. A veces son extensos, pero siempre amenos, la
interacción entre los diálogos y la primera persona es realmente asombrosa.
El libro se devora mientras el lector quiere avanzar en la historia. Los
capítulos breves ayudan a imprimirle velocidad y la autora sabe cambiar de
marchas. Cuando Cancino se ve atrapado en el siniestro mundo de cómplices
activos de la dictadura y su vida corre peligro, la acción se vuelve violenta,
los villanos se agrandan y la inexperiencia del aprendiz es el contrapunto
perfecto. El detective es un miembro de los habitantes de medio pelo, pero hay
algo de nobleza en su actuar. No tiene lazos sentimentales y en cierta forma
navega libre en un mar donde lo único que puede perder es su vida.
La historia es totalmente verosímil y la solución de continuidad, luego
de un clímax notable, es muy satisfactoria para el lector. Miguel Cancino nunca
está seguro de nada y de hecho sus graves problemas no los resuelve por sus
propios medios. Interviene en cierta forma la fortuna y sólo por un breve lapso
goza de los privilegios de un héroe. Luego aflorarán sus dudas de clase, su
inseguridad, aunque su nobleza consiste en que nunca ambicionó nada para él,
resuelve temas del pasado y se hace cargo de la memoria del país, pero sigue
siendo el eterno estudiante que no ha terminado de aprobar su tesis de grado.
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