Gerardo Diego ocupa un puesto de gran privilegio con respecto al influjo del creacionismo y su posterior desarrollo. Incluso podría afirmarse, es el sitio del poeta español más comprometido con la vanguardia literaria capitaneada por Vicente Huidobro, esto, a tal punto, que es capaz de formular una serie de propuestas personales en torno a las líneas maestras de esta corriente, dejando una clara impronta personal en el cultivo de este tipo de poesía.
Aunque en un principio, Diego (poeta de la llamada “generación” o “grupo” del 27 o 25) de corte más bien tradicional y neopopularista, conoce algunos textos del autor chileno, solo los copia con devoción en sus cuadernos e intenta, vagamente, ensayar una poesía algo similar, mecánica muy parecida a la que, tiempo después y a instancias del propio Diego, otro poeta vanguardista del 27, Juan Larrea, intentará dando un vuelco a su vida y a su obra.
Gerardo Diego, quien también es un profundo estudioso de la poesía, un ensayista inteligente y un cronista muy lúcido de sus años literarios será el que se encargue de aclarar dos formas o posturas escriturales en que puede dividirse su producción lírica en general.
De igual manera, distingue –ya dentro de la vanguardia- dos vertientes muy definidas. Según el poeta, ambos períodos o etapas se hallan vinculadas cronológicamente a los libros escritos a lo largo de toda su vida, es decir, a épocas donde su grado de conocimiento de las vanguardias literarias era extremadamente diferente:
“Contemos los eslabones. Uno, dos, tres, cuatro. Pero a mí me salen por lo menos siete. Quiero decir no para todos, sino exclusivamente para mí. Ventajas o inconvenientes, según como se mire, de una larga vida, de más de sesenta años de vocación y dedicación poética. Esta es mi cuenta: Escuela Montañesa, Pre ultra o Ultra, sin saberlo, Ultra, Pre creacionismo o Creacionismo intuitivo y anticipado, Creacionismo, Grupo del 27 y post creacionismo y todos los “post” que prolongan y varían con creciente libertad todas las etapas nombradas (…) En todos esos movimientos he intervenido yo (…)”.
Dentro de este vastísimo marco al que nos hace referencia el autor, sin restar importancia a los complicados –y sutiles- matices que enumera, prevalecen sin lugar a dudas, dos distinciones o estadios donde Diego ocupó un lugar indiscutible y preponderante y, lo que es más importante, donde llegó a construir una obra poética destacada; estos son, el ultraísmo y el creacionismo, aunque en el primero su actuación se viera limitada a algunas actividades sin mayores repercusiones en el ámbito literario español de la época, como veremos más adelante y a sólo una parte de su revelador libro Imagen , “Evasión”, escrito entre los años 1918 y 1919. Aun así, el poeta nacido en Santander se ha considerado siempre a sí mismo como miembro de la vanguardia ultraísta, un estadio primero en su evolución (tan dispar, hemos de acotar, en ese entonces) hacia el creacionismo huidobreano, primero, y a su propia fórmula dentro de esta corriente (un creacionismo personal no divergente de Huidobro, pero sí con aportes personales importantes).
Es así, que podemos establecer dos momentos claros en la obra del poeta que preceden a su creacionismo personal, aunque se corra el riesgo de esquematizar dentro de una producción literaria sumamente condicionada por la época y por diversos acontecimientos humanos, literarios, coyunturales que, a veces, pueden desmentir un intento clasificatorio (muchas veces inútil en la comprensión de la obra pero válido para describir “momentos de producción”). De esta forma, existirían dos claros instantes en su escritura de vanguardia:
1) un estadio ultraísta en el cual Gerardo Diego participa del afán renovador del movimiento tomando conciencia de una imprescindible y urgente necesidad de transformación de la poesía española e incorporando los hallazgos de las distintas vanguardias europeas (a lo largo de la existencia de la vanguardia española) y
2) una etapa en la cual abandona la pluralidad del ultraísmo para converger hacia el creacionismo propiamente tal, fundamentalmente impresionado por la obra y la figura del chileno Vicente Huidobro, con quien mantiene correspondencia y amistad, a la par que intenta escribir sus primeros poemas dentro de los preceptos de esta corriente (y que también evolucionará con el tiempo).
Desde el momento en que Gerardo Diego deja su fase ultraísta hasta que constituye su poética creacionista auténticamente personal, existen infinidad de intentos por parte del poeta por ajustarse a los cánones de la “nueva poesía”, de tal forma, va adaptándose al procedimiento mismo de la escritura poética, a la par que dicta conferencias sobre lo que él considera lo más valioso de la producción vanguardista de la época. Como se ha dicho, se trata de lentos años de cambio, aunque en forma paralela, vaya escribiendo otros poemarios de corte tradicional y muy influidos por la poesía de los Siglos de Oro. Poco a poco irá constituyendo su forma particular de ver el creacionismo, hasta que en 1922 (año extraordinario para la literatura occidental en que aparecen libros como Desolación de Gabriela Mistral, Trilce de César Vallejo, La tierra baldía de T. S. Eliot, Sodoma y Gomorra de Marcel Proust o el Ulises de James Joyce) irrumpe en la vanguardia española con Imagen (donde se aprecian claramente las diferentes etapas que el poeta atraviesa hasta llegar al dominio de la escritura vanguardista y con un nombre que consigna su pertenencia al creacionismo), del cual Dámaso Alonso diría años más tarde que se trataba solo “de todo aquel vocinglero estrépito de Ultra lo único que nos queda son esos dos libros (incluye a Manual de espumas), juveniles, primaverales, llenos de ingenio, de fuerza, pero también de fresca y jugosa emoción” .
Aunque Alonso deja de lado gran parte de la producción posterior de Gerardo Diego –donde se encuentran sus mejores obras- no cabe duda que hace un merecido juicio a estos libros que, entre todas las publicaciones de los ultraístas, destacan por su maestría y por la presencia de una auténtica voz lírica, no encandilada ni por las modas ni por el sinfín de corrientes existentes, sino que, al contrario, decidida en una búsqueda franca a través de uno de los caminos más sólidos que, en ese entonces, podía vislumbrarse. Es importante, eso sí dejar en claro que este primer libro vanguardista de Diego no pertenece totalmente al Ultraísmo, por el contrario como se ha referido antes, sólo la primera parte “Evasión” (1918-1919), puede señalarse como deudora de las directrices ultraístas (y con reparos). El resto del libro, sin lugar a dudas, se inscribe dentro del marco plenamente creacionista. Pero, llegados a este punto de estas consideraciones, ¿cuáles características hacen de Gerardo Diego un poeta creacionista? No se trata de un proceso de mimetismo o imitación de determinada corriente literaria, ni tampoco una simple identificación con determinados valores de lo que en esa época se denominaba como la “nueva poesía”; no. Diego es consciente de todos estos aspectos, aunque persigue algo que va más allá de la frivolidad de “estar a la moda”. Tal vez, su compromiso no es exactamente igual al que apreciamos en Vicente Huidobro (entregado al ciento por ciento en su afán de producir una poesía de ruptura), dado que mantiene paralelamente una obra de corte clásico, aunque no por esto, desmerece en vitalidad reformadora y, qué duda cabe, en intensidad poética. Lo que hace de Diego un escritor de avanzada (que despeja el camino a sus compañeros de generación) es –al igual que los ultraístas en sus inicios- el clarísimo afán de ampliar el panorama poético peninsular de las sombras del modernismo al mismo tiempo que experimentar nuevas formas líricas que posean recursos, tanto estilísticos como temáticos, que entreguen una visión diferente del mundo circundante, un mundo en pleno proceso de cambio, de entreguerras, con multitud de progresos en todos los campos del conocimiento humano y, principalmente, un mundo en el cual la esperanza estaba más presente, tal vez, que en los actuales días. Sin duda, la poesía aún era vista como un vehículo posible de comunicación, de renovación, de cambio, Diego así lo entendía (al igual que Huidobro y la mayoría de los escritores vanguardistas de ese entonces), de allí su opción por ese tipo de poesía, tan alejada de los preceptos vigentes en la España de comienzos de siglo (donde incluso se pueden rastrear profundas huellas de un romanticismo caduco y trasnochado).
Otro punto a destacar (y escasamente tocado y dimensionado por la crítica) lo constituye el papel de precursor que Diego ocupa dentro de la llamada generación del 27. Mientras gran parte de sus futuros compañeros generacionales se mantenían al margen de estos acontecimientos, o bien, se hallaban inmersos en una poesía muy diferente a la que posteriormente desarrollarían (neopopularismo, poesía pura, etc.), el poeta santanderino abría y despejaba el horizonte literario para que, años más tarde surgieran obras tan valiosas como Poeta en Nueva York de Federico García Lorca o Sobre los ángeles de Rafael Alberti, por citar sólo un par de poemarios auténticamente revolucionarios para la época. Este papel claro está, no sólo pertenece a Gerardo Diego, son muchos otros los partícipes en tal empresa, los ultraístas, Larrea, Guillermo De Torre, Rafael Cansinos, Ramón Gómez de la Serna, etc. Aunque cabe preguntarse si la recepción de algunos libros posteriores de otros escritores habrían tenido el eco que tuvieron de no existir estos escritores audaces que prepararon de forma contundente (aunque a veces, no muy acertada) el necesario relevo y el indispensable cambio al cual debía someterse urgentemente la poesía española.
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