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"Soy un bicho de la tierra como cualquier ser humano, con cualidades y defectos, con errores y aciertos, -déjenme quedarme así- con mi memoria, ahora que yo soy. No quiero olvidar nada."



José Saramago

martes, 15 de febrero de 2022

CRÍTICA AL CORTO CHILENO CANDIDATO AL ÓSCAR "BESTIA" POR EL ESCRITOR ANÍBAL RICCI



BESTIA (2021)

Dirigida por Hugo Covarrubias

 

Identidad, hija de padres alemanes proclives al nazismo, hogar autoritario. Recibió un balazo en la cabeza, aducía locura, su mente enclaustrada en una sexualidad dudosa. Gustaba de los animales o quizás los odiaba, fueron instrumento de vejaciones sexuales. En la Venda Sexy, su lugar de trabajo, se escuchaba música permanente. Todos los días alimentaba a Volodia y se dirigía al centro de torturas. Su rutina era invariable, mirándose al espejo no distingue a mujer alguna. Las pesadillas son recurrentes, pierde el empleo y no sabe qué hacer con su vida. Anota todo en un cuaderno. Desayuna con su perro pastor alemán, fuma y come pasteles. En la calle es una más, viaja en la locomoción pública. Su rostro no delata la identidad.

 

La calidad del stop-motion es sobresaliente. La música de terror es complementada con fotografías agregadas en los créditos. Al ver este corto animado todo queda suspendido en un silencio incómodo. El espectador observa una animación, pero la historia es tan cruda que de pronto nuestra cabeza se transporta a la ficción. Pero no es ficción, es la historia de una torturadora en los primeros años tras el golpe militar. Un ser siniestro que mantiene una relación insana con los animales. El perro no sabe lo que hace, es sólo instinto, ella es una bestia sin identidad.

 

Muchas veces se asocia a la animación con ideas luminosas. Pero el formato puede ser escabroso, con secuencias muy estéticas, aunque el contraste con lo narrado resulta chocante. La animación chilena ya nos había sorprendido con La casa lobo (2018), esa abstracción mental de una mujer que escapa de Colonia Dignidad.

 

Bestia (2021) también incursiona en delirios mentales, aunque la psiquis de su protagonista es realmente oscura. El punto de vista proviene de un monstruo. Hay pesadillas, pero el actuar de Íngrid Olderöck fue más siniestro. Las escenas son impactantes y el simbolismo de la bala es notable. Al cabo de los quince minutos, la brutalidad contenida en esa mente que sobrevivió a un disparo se torna cada vez más surrealista y es que la violencia explícita del comienzo desborda al espectador y es necesario de la alegoría, del símbolo para contener ese universo descabellado.

 

Los objetos la persiguen, la radiocasete que cubría esos actos deleznables. El centro de torturas era el refugio de sus perversiones, donde plasmaba su huella, una fachada como cualquier otra. Cerraba la puerta y descendía por los escalones, al mundo teñido de negro que la asaltaba en sus pesadillas. Dejaron de requerir sus servicios y el delirio de persecución se materializó en unos agentes. La Venda Sexy era un universo seguro, ahora la vigilan por los pasillos de su propia casa.

 

Deliberadamente, este cortometraje animado muestra a las víctimas de espalda o envueltas completamente al depositarlas en la maleta de los automóviles. Para la torturadora, ellas no tienen identidad, son cosas. La idea del director no es que sintamos dolor por las víctimas, sino una especie de venganza contra lo que Olderöck representaba: un retrato bestial.

 

Es una película oscura. Representa los deseos de venganza de los torturados y sus familias, aquello que las leyes no materializaron en justicia. En esta cinta no hay lugar para el perdón.

 

Torturó a decenas de mujeres y jugó con sus voluntades. La música rompía con la cronología del tiempo, una canción era sinónimo de vejaciones inimaginables. Los agentes jugaron con la psiquis de Íngrid Olderöck, en una siniestra vuelta de tuerca. Merecía morir de un balazo, pero ya estaba muerta. La bala le permitió escudarse en una compasión engañosa, la expiación de su culpa.

 

Pero Íngrid surca los cielos en avión y los rostros sin ojos la persiguen. La bala le permitiría pasar a otro plano, pero el destino quiso prolongar su infierno terrenal.

 

La identidad es lo que te distingue del otro, rasgo propiamente humano. Olderöck personificaba el ostracismo, su único contacto era el pastor alemán. No tenía a otro que velara por su bienestar, nadie que la distinga como persona. Ella manipulaba a seres humanos con los ojos vendados que no tenían consciencia de su victimario. El espejo del otro jamás existió.

 

¿Tiene identidad alguien que se sumerge en el mundo de las bestias?

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