TACONES LEJANOS (1991)
Dirigida por Pedro Almodóvar
El cine de Almodóvar aborda vidas de
mujeres, qué duda cabe.
La mayoría de las veces sobre mujeres
fuertes. Sería el caso de Becky del Páramo, que regresa a Madrid tras años en
el extranjero, reconocida cantante cuya fama la precede. En el aeropuerto la
espera su hija.
Almodóvar nos plantea una historia de
abandono, de ausencia, vuelca la narración sobre Rebeca, una mujer frágil que
creció a la sombra de la madre.
Unos flashbacks dan cuenta de la niña.
Desde pequeña sintió que era un estorbo para la carrera de Becky, al final
sabremos lo que hizo por estar cerca, pero ella la traicionó.
Esos episodios de infancia muestran el
origen a esta tragedia, aquella de las palabras no dichas, conversaciones que
no tuvieron lugar, cuyo vacío destructor fue absorbido íntegro por Rebeca, que
ya adulta carga con un insufrible complejo de inferioridad.
Becky es exuberante, alta, melena rubia,
dueña de su vida, mientras Rebeca es mucho más baja y lee las noticias que le
ocurren a otros. La madre nunca cumplió las promesas que hizo a su hija y
privilegió su carrera sobre los escenarios. En cierto modo, cuando Rebeca
confiesa su crimen en pantalla, ella pasa a ser la protagonista de la historia,
escena genial.
Ese complejo de inferioridad tiene su
espejo opuesto en la madre. Pero mientras Rebeca la admira e intenta estar a su
altura, Becky sabe que la ha hecho sufrir y se siente culpable.
El retrato de culpa que nos ofrece
Marisa Paredes se irá profundizando a medida que el director envuelve este
relato de madre e hija en un entresijo policial, algo recurrente en la
filmografía de Almodóvar.
El asesinato se materializará como un
déjà vu. Con la madre compartieron hombres (padre, amante) y esa competencia
terminará por destruir a Rebeca.
Una culpa de dos caras. La primera vez
que cometió un crimen Rebeca lo hizo para salvar a su madre de una vida
miserable. Pero al hacerlo la hija se convirtió en un ser sufriente. Rebeca
escondió la culpa, aunque era la madre la culpable por haberla descuidado.
No es una historia enredada, pero
Almodóvar juega a asignar la culpa, como también juega con las identidades de
los personajes y una maternidad que complica las cosas, surge el conflicto de
interés por parte del juez de instrucción, que ahora es padre y creerá el
último deseo de Becky: debe liberar a su hija.
Cómo todo filme de Almodóvar, nos depara
algunas vertientes retorcidas: Rebeca hace el amor con Lethal, un transformista
que imita a Becky del Páramo. Por transitividad, la hija tiene relaciones con
la madre, que a su vez fue amante del marido de Rebeca. Becky ha opacado a su
hija toda su vida y mediante ese acto sexual se apodera de su alma. Retorcido
verdad, pero en realidad hay un hombre representando a una mujer.
Ese hombre será el juez que dirija la
causa criminal que recaerá sobre Rebeca. Los límites son confusos (¿detenta más
poder un hombre o una mujer?) y el accionar judicial es representado por
Lethal, que actúa como hombre y mujer, dejando entrever que la justicia no
distingue géneros.
El director manchego volverá sobre el
tema de la culpa 25 años después en Julieta (2016), mucho más contenido
por la experiencia de los años. La tonalidad de las imágenes será más atenuada,
los encuadres más pulcros, pero el uso de vacíos devastadores funcionará como
huella indeleble que tiende un puente entre estas dos cintas. Almodóvar tocando
sus temas de siempre, pero menos provocador.
Lo que prima en estas películas es la
distancia, las vidas de madre e hija corriendo separadas a través de los años,
la amargura que ello conlleva. La culpa será tan grande que Becky, en su lecho
de muerte, asumirá la responsabilidad que le cabe a Rebeca.
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