Este libro de relatos está compuesto de
dos partes: (1) Desfiguraciones, cuentos existenciales, eróticos, de
muerte y violencia que son abordados desde otro punto de vista, en una especie
de alteración de la realidad, donde lo narrado observa un cariz en que
predomina lo trágico. (2) Divertimento, segunda parte del libro, donde
el humor aflora para abordar temas de corte trágico otra vez, dentro de un tono
de comedia que aliviana la carga del lector.
En la parte inicial hay un juego con la
alternancia de los personajes, la tercera persona se acerca bastante a la
primera, pero sus respectivas personalidades asoman como si se tratasen de
planos y contraplanos. Este artificio es aún más evidente en el relato Crónica
roja, donde el periodista se va involucrando en la noticia y en una especie
de crónica anunciada relata los acontecimientos desde el punto de vista del
victimario. El relato se torna tan cercano que pareciera estar siendo narrado
en primera persona.
El elevador, es un cuento
de clara vocación existencial. El narrador detiene el tiempo y el espectador
queda instalado en primera fila, el escenario son decenas de ascensores donde
dos amantes viven la inmediatez, la pasión, al margen de los intrusos. Apenas
se cierran las puertas ellos controlan el tiempo, los ascensores son como
ventanas donde estos personajes se encuentran, pero al contrario del
existencialismo, el autor utiliza la técnica de las teleseries para dejar fluir
la acción. El elevador asciende y desciende en clave de pulsión sexual y el
clímax se refleja en los espejos. Sólo filma los minutos de placer, lo demás
carece de materialidad, las labores cotidianas desaparecen tras esos denuedos
sensuales. La historia de los amantes existe sólo al interior de ese espacio
reducido, el tiempo compartimentado en edificios aleatorios, donde esos actos
furtivos tendrán lugar. Los ascensores son sistemas mecánicos, inventados hace
décadas, pero los encuentros son concertados a través de la tecnología de los
celulares. Esta tecnología trae consigo incomunicación una vez activado el
buzón de voz, la angustia sobreviene y esas ventanas temporales desaparecen,
ahora los personajes ingresan solitarios, presionan el botón y suben y bajan en
un ejercicio vacío. Cada amante no tiene razón de existir sin su otra mitad, se
vuelven seres opacos y descuidan su vestimenta. Los conserjes que antes no se
enteraban de sus existencias, ahora van notando el deterioro y un mal día
encuentran a cada amante, por separado, sin vida en el suelo de esas máquinas
de ensueño. Sólo el reflejo en los cristales nos recuerda la existencia de esas
almas perdidas, que descompasaron sus vidas y sufrirán la eternidad de la
separación.
Encerrona, es una
historia de fantasmas, uno que deambula por las calles rioplatenses sin tener
conciencia de su muerte. El borde costero, la ciudad desértica, algo se ha alterado
en el barrio de La Boca. Viaja a saltos, de improviso aterriza en Santelmo. Una
y otra vez se le cruza un automóvil. Su vida se extinguió de manera violenta y
ahora observa a sus hijos desde el interior del ataúd.
El estudiante, tiene una
atmósfera expansiva, un chico de 19 años llega a estudiar a provincia, se
alojará en una casona antigua. La dueña de la pensión establecerá reglas
estrictas que coartarán su libertad. Ocurre un giro que parece una aventura, el
relato adquiere velocidad, la casera le deja de cobrar, lo invita a su
habitación y la música hace el resto. Una y otra vez se repite esa escena de
sexo oral, esos labios celestiales pintados de rojo. Lo que parece un sueño
adolescente, se trastoca por una invasión del espacio personal. La mujer lo
empieza a succionar y apenas le deja tiempo para los estudios. El autor
hábilmente transforma el edén en una prisión, el estudiante no tiene más
remedio que congelar la universidad y escapar de la ciudad. Años después vuelve
donde estaba la casona, ahora sólo hay un sitio eriazo. Un incendio arrasó con
la dueña que terminó hablando sola, añorando la visita de ese alumno que
existió alguna vez en los registros de la memoria.
Identidad, es una
historia de desaparecidos, de sepulturas simbólicas, pero también de los otros
familiares. Los hijos de los muertos políticos deambulan buscando los restos,
pero también sufren los familiares de los victimarios. Sufren el dolor de la
vergüenza, sus familias también aparecen en recortes de prensa, huyen a otra ciudad,
a otro país renunciando a su nombre y apellido. Se transforman en otros NN,
verdaderos muertos en vida.
Crónica roja, es una
historia de venganza que aborda dos vicios del periodismo, ese que trastoca la
realidad, ese que renuncia a la ética profesional. Hay que crear la noticia si
no ocurre nada relevante, o peor, convertir la intrusión periodística en un
arte de la premonición, incurriendo en delitos para construir una historia
digna de ser expuesta en los diarios. A principio, el profesional recurría a la
investigación, a los datos de tribunales y a las declaraciones de testigos.
Ahora no requiere investigación y ha cometido un asesinato. Descuidó a su
esposa, la falta de tiempo hizo al amante. Lo ultimó de dos tiros y ahora
escribe cómo burló las cámaras de seguridad.
En segunda parte del libro, los relatos
renuncian a la alternancia y el narrador adquiere una velocidad cómplice con el
lector. El humor le sienta bien a Rubén González Lefno y utiliza la
nomenclatura de guerra para narrar hechos jocosos. Una dualidad interesante
para darle connotación marcial a las dos historias.
Los temas abordados en estos últimos dos
relatos no tienen nada de humorísticos, más bien la prensa y las redes sociales
les dan un inconfundible tono trágico, por lo que, en cierta medida, la visión
del autor se enmarca dentro de lo políticamente incorrecto.
Un relato aborda la crisis sanitaria de
estos últimos dos años y otro toca el tema de la violencia intrafamiliar. Estas
tramas no proveen escenarios fáciles de ser convertidos en comedia.
En Distancia sanitaria, resulta
audaz tomarse la pandemia del coronavirus a la broma para luego mofarse de los
seres humanos irrespetuosos. La cantidad de muertos harían pensar que es mejor
no aventurarse por este camino, pero el autor busca otro punto de vista, el de
la autoridad y su manido discurso de mantener la distancia social. El lugar de
batalla serán los pasillos de un supermercado. Un personaje de la tercera edad,
obsesivo con las normas de higiene, siente que burlan sus derechos y emprenderá
una guerra sin cuartel contra los que no utilizan mascarilla y no mantienen el
metro de distancia. Apelará a uno de los residuos de la digestión para espantar
a los jóvenes que no respetan las normas, esas tropas enemigas serán atacadas
por continuas ráfagas de bombas de racimo.
Más divertido aún, resulta Tirón de
oreja. Una bacinica será el objeto que hace estallar la risa. La discusión
de una familia, la falta de dinero y trabajo enciende la discusión dentro de un
matrimonio desgastado por la rutina. De las palabras pasan a los gritos y
cuando el hombre se apresta a golpear a la mujer, ésta le encaja ese típico
implemento de los dormitorios de las casas con baños retirados. El autor se
refiere a él como un casco, otra vez la nomenclatura militar para designar esta
batalla intrafamiliar. El giro humorístico es que el yelmo no cede y ante los
gritos de dolor, los vecinos serán testigos de todo y el agresor castigado con
justicia a través de la vergüenza.
El libro juega constantemente con el
punto de vista y el lector debe permanecer atento. La pluma es ágil y los temas
universales. La humanidad ha convivido por siglos con la muerte, el sexo, los
conflictos de identidad, la violencia, la venganza y la guerra. Responden a un
lenguaje común donde el lector será aludido y muchas veces interpretado.
Lectura cercana que nos muestra una
faceta novedosa dentro del ideario de este escritor valdiviano, cultor de una
literatura comprometida con la resistencia frente a la dictadura, en relatos
también amenos, pero marcados por una impronta de tensión permanente.
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