FIGHT CLUB (1999)
Dirigida por David Fincher
«La publicidad nos hace desear coches
y ropas, tenemos empleos que odiamos para comprar mierda que no necesitamos.
Somos los hijos malditos de la historia, desarraigados y sin objetivos ...
Nuestra guerra es la guerra espiritual, nuestra gran depresión es nuestra vida.
Crecimos con la televisión que nos hizo creer que algún día seríamos
millonarios, dioses del cine o estrellas del rock, pero no lo seremos y poco a
poco nos estamos dando cuenta, lo que hace que estemos muy, muy hastiados». Simple
declaración de principios de la cinta más arriesgada de este gran director que
es David Fincher.
Corría el año 1999 y la única
explicación para que Sexto Sentido (M. Knight Shyamalan)
recaudara más de diez veces lo que alcanzó El Club de la Pelea es que esta
última denunciaba una realidad incómoda, rechazada incluso por nuestro
subconsciente, en donde el consumismo en el que estamos inmersos, entrenado
durante décadas, simplemente rechaza la realidad.
«Tenemos empleos que odiamos para comprar
mierda que no necesitamos». La película ataca directamente al capitalismo, con
variados guiños al poder subliminal que representan las marcas. Al igual que la
película de Shyamalan, al espectador también se le oculta la realidad. En la
primera habla un muerto sin conciencia de ser tal y en la cinta de Fincher (en
off) nos interpela el «narrador», aquel cuyo único objetivo es que despertemos
de esta pesadilla, mismo tema que aborda otro gran estreno de 1999: Matrix
(hermanos Wachowski).
La película de Shyamalan, de
excelente factura y escenas memorables, es una cinta que no resiste una segunda
lectura debido a que ya conoces el juego que esconde. El Club de la Pelea, en
cambio, es un rompecabezas lleno de denuncias al sistema, da gusto revisionarla
y en cierta medida (mérito de la novela de Chuck Palahnuik) descubrir al grupo
precursor de los indignados encarnados en el proyecto Mayhem de la película, un
grupo que utiliza las mismas estrategias anónimas de la publicidad (redes
sociales) para enfrentarse a las injusticias de la sociedad. De ahí la
partición de la personalidad del «narrador» y creación de su alter ego Tyler
Durden, proyección que lleva a cabo los deseos ocultos del personaje principal,
ente liberador del sistema capitalista, que también cae en la trampa
totalitarista del manejo de masas.
Al fin y al cabo, el consumismo es un
medio en el que las grandes fortunas (minorías) inducen a consumir a la masa
(mayoría) aquellos productos que ofrecen, pero así también, los movimientos
sociales ejercen presión a la inversa, prescindiendo de la democracia, que al
igual que la publicidad, no pregunta a los ciudadanos lo que piensan,
simplemente imponen su punto de vista.
El mundo del consumo nos mantiene
dormidos (tema principal de la cinta), enfocados en metas que en verdad no
existen. Somos meros consumidores inducidos a vivir una realidad falsa
alimentada por la publicidad, mecanismo distorsionador de nuestras
percepciones, que nubla y tergiversa el auténtico poder de nuestras decisiones.
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