Este es el séptimo libro (1) de Andrés Morales (Santiago de Chile, 1962), y nos llega justo un año después de Verbo (2) , un volumen que recogía tres poemarios. Uno de ellos, Thalassa, contenía, tal vez, los mejores momentos poéticos del autor. Cómo olvidar aquel espléndido arranque del libro, prefiguración misma de todo el poemario:
“El mar como un lenguaje que me encuentra:
la voz como un silencio que ensordece”
El libro representó un firme paso adelante y la consolidación de la “voz propia” del autor (3). Voz que sigue pareciéndonos igualmente atractiva y, a la vez, turbadora: la poética de Andrés Morales pone al lenguaje “en estado de emergencia” –como reclamaba Gastón Bachelard-, y, en consecuencia, deviene plenamente creativa: rompe la convención, lo establecido, el orden incuestionable; altera la lógica de la palabra –de la razón- para instaurar otra lógica: la poesía (4). Traslada el sentido a un área semántica nueva. Crea, en definitiva, su propio lenguaje. Su poética.
Acaso esta sea la mayor bondad con que cuenta la poesía de Andrés Morales: su capacidad de creación de estados poéticos. A veces, el lenguaje es “estirado” de tal forma que uno teme que vaya a romperse el equilibrio; pero no, Morales es suficientemente astuto y hábil –conoce demasiado bien, por ejemplo a Vicente Huidobro y a Juan Larrea- como para saber dónde deben situarse los límites de su poética a fin de evitar la repetición de unos moldes que pertenecen, ya, a nuestro pasado, pero que conforman el tejido estructural de nuestro presente. El tiempo de las vanguardias fue otro, y hoy conviene saber extraer de su lectura las bases para alimentar nuevas poéticas.
Vicio de belleza es un libro de tonos musicales suaves, contenidos, que, bajo el pretexto de la belleza –hilo invisible que recorre todo el libro y que trenza su treintena larga de poemas- desarrolla algunos de los temas ya tratados en libros anteriores: el amor, la poética, el oficio de escribir (que es tanto como decir el oficio de vivir), la melancolía.
Pero todos estos temas –verdadero material en estado de magma que Morales manipula a su aire- aparecen como escondidos (5). A veces hay que buscarlos en un sutil giro, en una metáfora:
“al cuerpo mil batallas de luces apagadas
y limpios y estridentes golpes de timón”
O, en una metonimia:
“como piedra por azar”,
O en una imagen, una repetición, o un juego de palabras.
La obra de Andrés Morales es, ciertamente, de una belleza turbadora: “La belleza nos recuerda lo imperfecto”, dice. (¿Acaso por repetir tanta forma bella el poeta ha dado este título al libro?). Cada poema es un espacio cerrado –un paisaje interior- en el que ha simbolizado todo su microcosmos y también toda su potencia creadora. “Tiene que pasar alguna cosa” en la dimensión espacio/tiempo de cada poema, en la percepción sensitiva que tiene el lector, después de cada lectura. Y este “instante anterior” al momento en que “tiene que pasar algunas cosa” es el que sabe materializar Andrés Morales con sus poemas.
El uso de la palabra debe ser, en consecuencia, exacto, riguroso, preciso. No avanza el discurso a través de meandros retóricos, sino que progresa linealmente –tal vez despacio, gozando el hecho mágico de crear-, y sin hacer ninguna concesión. Con una sorprendente economía de palabras. Con el ritmo adecuado que imprimen las palabras elegidas, por la fuerza de las imágenes y no por una rima (casi) inexistente o por unos versos de regular métrica. En ocasiones, esta contención nos hace creer que estamos ante poesía oriental, escrita bajo la influencia del zen: tal es el grado de interiorización de las emociones, la intensidad de unas vivencias que hablan el lenguaje de lo místico (del silencio). Los poemas “Danza”, “Glorieta al amanecer” o “Imagen nocturna” son potenciales haikús a los que tan sólo les faltaría seguir el ortodoxo silabario de 5-7-5:
“La sombra o la figura
de esa sombra.
El paso hacia el silencio de su centro.”
(¿Es Bashô, Rausetsu, Kikaku, o algún otro poeta zen?)
Pero al lado de esta poesía intimista, minuciosa y preci(o)sa, están los grandes poemas, de larga versificación, de índole moralizante, como “Edgar Lee Masters reflexiona”, “Tiempo” o el poderoso “Los elegidos”, verdadero manifiesto generacional:
“Fuimos una estirpe generosa:
el don que nos fue dado en privilegio
lo hicimos madurar perfectamente”
Que rezuma melancolía, al recordar el tiempo pasado y las ilusiones tal vez vencidas. Una melancolía que es un estado pasajero y no necesariamente fatalista. Una melancolía que puede crear una poética. (Ya nos advirtió Víctor Hugo que “la melancolía es el placer de estar triste”). Porque en “Última voluntad”, Morales recupera el tono combativo, creador:
“Domar un largo río en la blanca línea de la mar
(…) entonar el canto,
el grito,
recuperar el agua y el ritmo que deslumbra.”
Lo único que puede temer el poeta es el silencio –entendido éste como imposibilidad material o metafísica de escribir, porque anula su propia condición de esclavo de la palabra-, tal como lo expresa en el poema-manifiesto “El ojo del huracán”:
“El óxido no llega ni aparece,
el viento como un muro no susurra.
La única derrota es el silencio”,
Ya que su praxis consiste en preguntar (y preguntarse):
“en medio de la luz,
detrás del sol,
en medio de la muerte
(…)
donde [se halla] el corazón de las palabras”.
Vicio de Belleza es un espléndido libro de poesía, un verdadero regalo. Andrés Morales, con este poemario nos retorna el placer por la lectura, el placer por la vida, por la poesía. Por la poesía, sí, por esa
“imagen de la imagen de la imagen
espejo del espejo repetido”.
Notas:
1. Morales, Andrés. Vicio de Belleza. Red Internacional del Libro. Santiago de Chile, 1992.
2. Morales, Andrés. Verbo. Red Internacional del Libro. Santiago de Chile – Buenos Aires, 1991.
3. Ana María Cuneo escribió, a propósito de Verbo: (…) una búsqueda de unidad, un deseo de estructura que se materializa en la organización casi matemática de los poemas, una voz poderosa pese al excesivo enciframiento del mensaje y un trabajo notable sobre los textos hace de este libro un eslabón importante en el desarrollo de la poesía chilena actual.” En “Revista Chilena de Literatura”, N. 38. Santiago de Chile, 1991.
4. “La poesía es lo único rebelde ante la esperanza de la razón”, escribió María Zambrano en su libro Filosofía y poesía.
5. Personalmente, discrepo de Ana María Cuneo cuando habla de “excesivo enciframiento del mensaje”. La poesía de Andrés Morales proporciona pistas más que suficientes para reseguir su discurso. Sin embargo, es cierto que la evidencia de las pistas no es inmediata: el lenguaje, todo lenguaje, empaña el espejo de la realidad, esconde el sentido de lo que, en apariencia, es evidente. “Todo lo que podemos llegar a describir, también podría ser diferente” (Wittgenstein, Tractatus, 5. 634).
Antoni Clapés, poeta y ensayista catalán nació en Sabadell (Barcelona), en julio de 1948. Escribe poesía, y textos relacionados con ella, desde 1964. Ha publicado unos veinte libros, entre los cuales La llum i el no-res (La luz y la nada) Alta Provenza, Destret (Apuro) e in nuce. Colabora regularmente sobre temas relacionados con la poesía en periódicos y revistas, habiendo publicado dos centenares de artículos. Entre 1970 y 1974 creó y dirigió Sala Tres, un espacio dedicado al Arte Contemporáneo. En 1976 crea la Llibreria Els dies y, posteriormente, Les edicions dels dies (1980 - 1986). En 1989 crea (y dirige hasta ahora mismo) Cafè Central, un proyecto editorial independiente al servicio de la poesía. Cursó estudios de Ciencias Económicas en la Universidad de Barcelona.
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