(No el azar / Hors du hasard. Edición bilingue, castellano - francés. Editions GrilloM.
Joinville Le Pont – París, 1987)
Azar
Aclárese una vez lo presentido:
(la puerta aquella puerta
que se cierra)
Entiéndase con todas las sus letras:
No su nombre adivinar
No su dominio
Words
Movimiento nada más
(Sólo el crujir de la cera
del párpado que abre su mediodía claro
su último descanso
y el silencio
tantas veces
Monumento)
Aquél que repetía lo innombrable
deshaciéndose tal vez
cubriendo
un océano las lenguas del gran muro
en cenizas en cristales
O nada
aquel que dijo
nada
El primero en la sombra reflejado
O el fuego
todo el fuego en una noche
Memoria
Tanto atravesar el río
deshacerse
(tanto amor rememorado)
Tanto mar en medio
y tierra
azar o maravilla
(ese oro abandonado)
Tanto cielo un mismo día
(A Antonio Arévalo)
Verbo
Serán locuras todas
las hoy mañana dichas
Serán palabras nuevas del día que se abre
Resignación a todos
la gloria vana es nuestra
Después del bombardeo nos vemos a la cara
si el dolor nos queda agudo corazón
Y no es tragedia esto sino necesidad
Himno de alegría oscuro imprescindible
La palabra cielo
(y el cielo en un espejo)
La palabra noche
(perfectamente sola)
La palabra amor
(como una espada rota)
La alquimia el sinsabor
Recuperados todos los viejos manuscritos
(El ritmo algún latido el ojo del extraño)
Después vendrá el lenguaje
otra vez la lepra
a recorrer dolores
reconocer las llagas
Todo nos dirán Todo está acordado
Serán otras palabras
otros venenos
otros
Hydra
Beber de lo oscuro hasta el agotamiento
No abandonar el agua que se pudre
tragándose el secreto
O cenizas solamente
cubrirlo todo con cenizas
También las piedras de esta isla
Acuario
(Axolotl)
Los peces vigilantes se desplazan
El poeta se desliza por el borde
se lanza y entra al fin y por la calle
va mordiéndose el abrigo va cantando
y al fondo se ha caído en el acuario
del mar al mar
del mar
Nada se mueve en la tierra
Nada se mueve en la tierra
Ninguno no tú
no la mujer
que baila en la terraza tropical
No las luces de bahías que temblaban
Sólo el solo desierto floreciendo
(A Daniel Nassar)
Diluvio
Por esta lluvia cesa el ojo
no respira
el viejo cementerio y el cruel
vendedor de sortijas encantadas
¿Pueden ver el largo tren de nuestras voces?
La unión de las serpientes en el lodo
no es el sol que recupera su latido
no la patria de los pálidos
y el agua que nos moja en la bahía
Sobre el tórrido rencor aguarda el cielo
Adivinen cuánta tierra nos desciende
cuánta lluvia en todo el día
en estos ojos
abre el párpado al delirio coronado
(A Juan Carlos Palazuelos y Jasna Tomicic)
Al caballo de Provo
(‘Voy entrando’, me escribe Gonzalo.
Y oigo caer la nieve en la lejana Utah)
Ha de llegar
a medio enloquecer
la carta
Ha de venir aquel millar de hojas
Ha de cubrirse lo oscuro
y en lo blanco
al fondo ese caballo
ha de llegar pasar
pasando
Ha de quedar
Todo es juego
Todo es juego ¿no?
Por eso tú duermes
a diez mil millones de metros
mientras me bebo toda el agua del mar
(A Isabel Montevillalba)
Fin de año
(Sarriá)
LOS INMENSOS CABALLEROS SE MIRABAN
en el espejo loco de la fiesta
Bailando todo el mundo con el cáncer
con el júbilo del juez con el ahorcado
Las muchachas no reían en la sombra
Un pájaro colaba en los salones
sentándose en la mesa y en la araña
Así se terminó el Año Nuevo
con fuegos de artificio en el jardín
cada uno celebrando en las botellas
la marcha del ciempiés por la glorieta
YO NUNCA REGRESÉ NI FUI INVITADO
No el azar
Esa presencia inevitable del destino: el juego cotidiano y la música en el siempre vivo desconcierto. Ese guiño del mar como advertencia, como largo vaticinio de mi ritmo.
Todo es menos, ha escrito Juan Ramón Jiménez. Todo es siempre menos cuando vivimos –o creemos vivir- la transmigración de la vida paralela... Este habría sido yo; aquel que ruge, bebe; aquel de piedra o mármol; ese niño –que fui- en la pequeña plaza de las defenestraciones. O el joven, o el viejo, o este otro irreconocible, yo mismo. Entonces, ¿qué ángel acarició mi frente? ¿cuál de todos los terribles me configura y delimita? Tal vez ninguno, ni el espejo, ni la sombra.
Pero hay fantasmas que señalan lo presente, viveza en las manos que hoy escriben. Aquí la tierra, la nieve, el océano que crece por mis ojos; esta sombra de los míos, en la quietud y en la certeza, que serán las llaves de estas puertas, no el cuchillo que resigna, mortal, la rebeldía.
Se levantan desde el aire las palabras, se reúnen persiguiéndome: voz nítida que dice: No el azar. No.
Sí el destino, lo profético que repite la naturaleza (en mí, también, ahora) cada vez que vislumbro y creo.
Todo es mío, nuestro y doloroso. Toda la belleza para el que siempre lo vio, la verá y no pudo otra cosa. Todos los oráculos nuestros.
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