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"Soy un bicho de la tierra como cualquier ser humano, con cualidades y defectos, con errores y aciertos, -déjenme quedarme así- con mi memoria, ahora que yo soy. No quiero olvidar nada."



José Saramago

miércoles, 22 de septiembre de 2010

A TREINTA AÑOS DE ESCRITURA. ANTOLOGÍA PERSONAL. DEL LIBRO "VERBO"



(Verbo. Red Internacional del Libro. Santiago de Chile – Buenos Aires, 1991)


THALASSA




In my end is my beginning


T. S. Eliot




IV




Y habrá que resignarse a la belleza:


El mar, aqueste mar, o todo el mundo
es igual e indiferente y en el agua,
en ti, en mí, en estos hombres
que atenazan la armonía con sus brazos.


Aún así tendrá que alzarse con su pálpito
un gran fuego quemando el Paraíso,
rompiendo la belleza, para entonces,
lograr en nuevo rito adivinado
oír su murmullo y su portento.




VI




La sangre llega al río y no se vuelve.
El mar en cada ola es esa sangre.




VII


La mer, la mer, toujours recommencée!


Paul Valéry

 Miremos al océano en la sombra,
miremos en lo ingenuo de su acento.


He venido desde el ritmo escalofriante
del pánico crucial del laberinto;
he llegado como viejo minotauro
a ver este comienzo que no cesa:


El mar como una línea siempre exacta
aún con su sabor de carne muerta.






LA EDAD DE LOS OBJETOS




In my beginning is my end


T. S. Eliot



Dictado celeste




Alguien dicta algunas coas y palabras.
Entonces ya se escriben las historias,
los tratados, las cuentas, nuestras deudas
y firmamos los papeles embebidos
por fiebres de egoísmo y de fiereza.


Alguien lee aquellas cosas y palabras.
Entonces se nos cierran las ventanas
y creemos, transparentes, en la muerte.




Escrito en el vacío




Alargada la firma y la escritura donde
alguien en el fondo grita mirándose al espejo.
Los verbos todos que se estiran erizándose,
galopando no: cayendo derretidos en la forma
del papel.


La mano no descansa: vicio en la virtud
del vicio que se escribe,
solo él, lleno él, secreto siempre
(ajado).



(A José Kozer)




Museo


(Carlsberg Glyptothek, Copenhaguen)


Eran miles y esperaban un abrazo.
Egipcios, etruscos, venerables
a donde los llevaron sus ladrones.


Estaban siempre inquietos en la sombra;
Marco Aurelio sonreía y era falso
aquel endemoniado rictus grave.


Yo los vi, no estoy más loco que este árbol
o aquellas palmeras bajo el vidrio
glacial en un palacio sin sentido.


Entonces era tarde, ya cerraban.


Se movían, poseídos: me perdí.


Aún recuerdo aquel aliento de esas piedras.




(A José Salomón)




Heráclito




Quizá la piedra escuche:


No hay forma de romper el fin del agua.






Materia




¡Corran los claveles y los ojos,
corran las gaviotas, los pájaros, la tarde;
corra todo el mundo en su sincera línea!


Arriba o abajo
-lentamente-
aguardan los objetos su momento.




La edad de los objetos




Fatiga de mirarse, los metales
en el común espejo del azogue.
Fatiga de los bronces de la orquesta
que huye por su música infernal.


La edad de la razón estaba escrita
en medio del vacío, en su reflejo.


Entonces, descubiertos, transparentes,
caídos los objetos de su centro


al hábil equilibrio del deseo.




(A Christian Israel)




Olvido




La edad es material: materialmente
en formas que se anuncian derrumbadas
crecemos y fallamos en lo herido.


Los dados en la mesa:
cúbicos detalles de la suerte,
ya se mueven, los lanzamos,
febrilmente,
echándonos también hacia el vacío.


Materia de materias, nuestros ojos:
nuestro azar y el pensamiento es el olvido.




1989




Tal vez la decadencia da sus frutos
o el áspero danzar de las desdichas
es algo que nos cruza solamente;
quizás en los anuncios, los secretos
que rompen, rechinando, los cristales:


Muro de la China que circunda
muro de nosotros nunca abierto.


(Vuelan helicópteros, aviones,
truenan las campanas con su aliento).


Aquella libertad de cielo raso
-me dicen que han caído un par de muros-
recuerda un sinsabor a pan reseco.


Todo es esperanza y en el árbol
parece que la rama está quebrada:


Túmulos, olvido, mil perdones.


Seguro no tendremos compasión.




Destino

 La verdad es que de muerte respiramos
y la peste -sola ella- castigada
a la vuelta de la esquina palidece.
La verdad, en buen romance, nada debe
quedar ni recordarse, ya lo han dicho.
Pero entonces, cuando abrimos nuestros ojos
al ver una mañana algunas nubes
quisiéramos romper con el destino
quebrándonos la espalda en el intento.


La apuesta debe ser siempre muy alta:
los dados no perdonan; ni la suerte.
Sólo algunos presagios nos conmueven,
sólo aquellas despedidas (las pequeñas)
nos hacen meditar en la vejez. L


Cinismo de vivir con las estrellas,
vergüenza al recordar que no hemos muerto.


Seguramente el sol sabe el momento,
no del fin, ni de hoy, no de ese golpe.


Seguramente el sol ya no despierta.




Danza Macabra




Dios nunca juega a los dados,
pero los carga de muerte.
Dios nunca juega a las cartas,
aunque a su hijo lo cuelguen.
Dios ya no lee las manos
ni traduce cenizas.


Dios tan sólo bosteza
mientras la danza macabra
nunca se acaba en la sangre.

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