La muerte de Varinia
Del corredor, Varinia,
queda la tierra.
Angosturas de alambre
deshojan el pasto
donde mudé tu cuerpo.
El camino que las manos recorrieron,
es la flor que nace de los ojos.
De la pieza, Varinia,
queda lo blanco,
la torre,
los cubos.
Planto la cruz en tu espacio.
De la casa, Varinia,
la piedra fértil,
tu sueño.
Las cortinas de la nieve
Poema cinco
Apegada a tu cuerpo
mi actitud de entraña
cubre la puerta.
Elegí esta calle blanca
sus techos
empapados.
Única condición
para cubrir de lámparas
mi oficio.
Es otra jornada
en el sur.
Nueva,
como un barrio perfilado
y más cercana
a mi primer origen.
Aquí te encuentro
cuando inicias el trigo
para darme formas.
La raíz y el árbol
Poema ocho
Tierras de carne
como tus manos
y tus surcos.
Torrentes de vida
cuando sigues con tu paso
de madero.
Los de tu pueblo
caminan sobre villas
y manzanos.
Habitantes lampáreos
de los sueños.
La mejor cena
En el corazón entretenido de la sobremesa,
el Hombre propuso:
“Reemplacemos este vino Amargo
por Faroles”.
Entonces,
todos los hombres colgaron de la luna
sus sombreros
y sus capas grises.
Después corrieron y saltaron, como niños,
por el mundo.
La desollada
• Vivirás las costas que dan a la Isla
de los Fuegos.
Soy huesa santa, me parieron aquí,
sin consulta previa.
Me vomitaron y después dijeron:
• ¡Salud!, hasta que te crezcan
gusanos y flores.
Óyeme, mírame desollada:
El primer hueso indigno que llevo puesto
es la cicatriz en el vientre que me trajo.
A la Fiesta Negra, el segundo hueso,
el tercero
y los despreciables que le siguen
se dejaron caer en advénticos discursos:
• Formarás una familia de dos hijos varones, un perro sin edad aparente y un conejo que de improviso morirá destrozado por el hocico necio del canino.
Me movilicé, entonces, arrastrando
el tintinear de mi osamenta,
tajada de campana que llama a misa de gotitas
a animales y muecas.
Angelina Quilleleo
• Se me han endurecido las palabras, rezongó Angelina Quilleleo.
Luego agregó, con la frente clavada en el confesionario:
• Cuando era moza podía hablar de los ojos con los árboles, de los troncos llorosos de la luna, de las caras de las tortillas madurando sobre el fogón.
Entonces los campesinos y el runrún de los Temus me decían:
• ¡Qué bien cantas con palabras Angelina Quilleleo!
Un día, cuando en abril era julio, un mercader me refirió
la capital: “Es un hechizo, dijo: los edificios son espejos
encantados. En ellos puedes verte de cuerpo entero o al revés,
(con la cabeza pegada al pavimento y
los pies como perdidos en el cielo).
Además, no escasea la harina, ni la azúcar, ni la plata”.
• Me vine, pues, señor cura, susurró Angelina Quilleleo, porque el Norte era la tierra de los elegidos.
• Pero no había azúcar, ni harina, ni plata y los edificios me daban el mismo miedo que alguna vez me inspiraron los chuchúes que habitaban los cuentos de mi abuela Fresia, que además de vieja y pobre, era sabia.
• Y así, las palabras se me enduraron y he debido hurtar menestras a la mala muerte.
• Confieso que he pecado, sollozó Angelina Quilleleo.
La ventanilla del confesionario de abrió. El cura y la mujer
se miraron.
El cura, con visibles hilillos de sangre en la frente, dijo:
• Anda mujer, no hay penitencia.
Lucrecia Millapi
Fresia Millapi tenía una hija llamada Lucrecia. De la voz de Lucrecia Millapi se decía: Es dulce como el canto que se aprende de la cuyuca. Y de su pecho emotivo: Se lo prodigaron las loicas.
Lucrecia Millapi ayudaba a su madre. Cuando ambas salían cargando las sábanas, las pobladoras secreteaban: Se le parece a los ángeles.
Lucrecia Millapi murió siendo niña y Fresia, su madre, lloró tres largos días y tres noches largas, al cabo de los cuales le sobrevino el consuelo: Bueno, pensó la mujer, Lucrecia no merecía mi suerte.
Del cuervo que resplandecía como el fuego
En la noche secreta de los hincados, el cuervo que resplandecía como el Fuego, ahuyó como lobo echado a pocos pasos del tímpano.
Traspasada la mojada memoria, fijó sus ojos de ladrón en las desérticas sombras desolladas, e inició el atisbo.
Sacrificando al cordero de los vientos no escuchó el “¿por qué me castigas?”
Así, encerrado en su corto cerebro, abrió el pico a través del agujero redondo del cielo, y partió a la Luna de las lunas en dos mitades que tomaron la forma de dos pálidos pechos.
Desde ese día, la Luna de las lunas sangró y sus coágulos llanteados, fueron caminos-infinitos de causas ocultas.
De tal forma – cuentan los sobrevivientes – al no hallar explicación a la Muerte, la Luna de las lunas creó sus propios dioses, los que deambulan por el suelo del cielo y tachonean rezos sobre el suelo de la tierra.
Los diez mandamientos
1
Cruzar montañas vestida de tribuna.
2
Dormir y amanecer en bodegas de cielo.
3
Caminar calles muertas al filo de la lluvia.
4
Beber agua turbia en ayunas, junto a una piedra quemada.
5
Preguntar por la niña con olor a magulladuras.
6
Ir tragando el azufre hasta que, tarde abajo, canten las viudas de corazón piadoso.
7
Intentar tener en medio de las sombras el alma como una tienda de música.
8
Preguntar a la gente el oficio y la costumbre con esta cara que el Diablo me presta.
9
Saber, en definitiva, en qué tierra se nace para que este Lunario no lleve mirada de difunto.
10
Luego
sentarse.
Ángel
Un ángel bebe de pezón negro
los hábitos del sueño.
Detrás del seno
esperan para matarle.
Pero la rosa de su boca
no sale ni escapa.
Tampoco sus manos
llevadas de fiesta.
Al sueño, se entrega cercado
ensangrentado de flores.
La historia negra
Algo te hirió en el cuerpo, paloma sí,
en las alas:
Una daga en el desencanto de la vida
y tu cabeza cayó, y tus ojos.
En el dolor hubo otro dolor acurrucado
y otro, y otro mismo en el nido de las décadas
que moraron en las moraduras
en el golpe de esa historia,
de esa cueca larga y viuda
de esa ramada sin raíces,
de esa fiesta negra:
la infeliz.
Ay paloma qué tristeza.
Algo te hirió en el cuerpo, paloma sí,
en el alma.
El despiadado
Yo vivo
con la muerte roja de un perro.
Perro eterno. Calle sucia y doblada.
Yo vivo
con la piel impenetrable de los odios.
Piel gruesa y larga.
Yo vivo
con la muerte gris de un asno ciego
rodeado de admiradores
que tienen moscas en la oratoria.
En el pueblo de los arlequines
por los edificios rotos
yo, el rey y el reino
desangrando los álamos
gota a gota.
Reloj de pared
¡Cada bicho me lo asustas
y yo regreso sin nada!
Gabriela Mistral
Adosado al muro de la cocina aquel reloj era único y admirable.
Su camino fue siempre pasar de familia en familia:
Mi abuela, mojada de aguas, se lo obsequió a mi madre,
mi madre, fría de lluvias, me lo entregó.
Lo dicho sucedió en un abrir y cerrar de ojos
porque la vida es fugaz.
Lo colgué en la pared de la cocina.
Por sus movimientos uniformes cantaban los grillos.
Me deleitaba mirarlo cómo medía los tiempos, cuando
en esos domingos de guardar, yo preparaba el almuerzo
para los hijos y los nietos.
Lo recuerdo perfectamente.
Era redondo, con leves destellos dorados.
Le había jurado a mi madre que, recogida en humedad,
se lo daría a mi hija;
pero sucedió de repente;
yo huí de la casa asolada una noche imprevista
y el reloj se quedó largamente impávido esperando
colgado a la muralla de esa cocina.
Astrid Fugellie nació en 1949. Poeta y Educadora de Párvulos. Ha realizado una dilatada y brillante carrera profesional y literaria, destacándose entre las principales poetas de la Generación de 1972 (o "Del Sesenta").
- 1966, Poemas. Ilustre Municipalidad de Punta Arenas.
- 1969, Siete Poemas, TEBAIDA.
- 1975, Una casa en la lluvia. Ed. Gabriela Mistral.
- 1982, Quién es quién en las letras chilenas. Ed. Nascimento.
- 1984, Las Jornadas del silencio. Ed. Nascimento.
- 1986, Travesías. (antología).
- 1987, Chile enlutado.(artefacto). Ergo Sum.
- 1987, A manos del año. (cuento). Ergo Sum.
- 1987, La mujer en la poesía chilena de los 80. Ed. Inge Corssen.
- 1988, Los Círculos. Ed. Ergo Sum.
- 1991, Dioses del sueño. Ed. Cuarto Propio.
- 1996, Los Círculos, 2ª edición. Ed. La Trastienda.
- 1999, Llaves para una maga. Ed. La Trastienda.
- 2003, De ánimas y mandas: animitas chilenas desde el subsuelo. Proyecto Fondart Regional.
- 2005, La Tierra de los arlequines, ese arco que se forma después de la lluvia. Para la exposición
Marionetas de la pintora María Paz Valdivieso.
- 2005, La Generación de las Palomas. Ed. La Trastienda.
- 2008, Cuarenta años de Poesía. Antología hecha por Raúl Zurita.
(Muchas de estas obras han sido traducidas al Inglés, Francés, Italiano, Alemán, Chino (Universidad de Pekín), Croata, Húngaro y Checo.
Libros Inéditos:
- Los Niños de la Tierra, Premio Fondart, (Fondo de la Cultura) 1993.
- Haiku o El Libro de Las Conternaciones.
Antologías:
- Hoja de Poesía Sacra del Episcopado de Chile.
- Antología de Poesía Religiosa Chilena, por Miguel Arreche y Rodrigo Canovas del Centro de Estudios de
Literatura Chilena-Ediciones Universidad Católica de Chile.
Premios:
- Premio de apoyo a la Creación Literaria, Consejo Nacional del Libro y la Lectura 2004, para la creación
del Libro “La Generación de las Palomas”.
- Primer Premio en el Concurso Literario a nivel Nacional “Rostros de Chile”.
- Premio FONDEC, (Fondo de la Cultura) 1993
- Premio de la Academia de La Lengua por el Libro “Los Círculos”, septiembre 1989.
- Homenaje a Astrid Fugellie por Ernesto Livacic, por Premio de la Academia de La Lengua.
- Diploma de Honor en el Concurso Literario “La Prensa Austral”.
1 comentario:
Andrés, para mí es una gracia leer a esta poeta. Me siento, miro sus páginas y respiro, respiro con sus palabras inaugurales.
Un beso, querida Astrid. Gracias por escribir así.
Saludos desde Canarias.
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