(Por Ínsulas extrañas. Editorial Universitaria, Santiago de Chile, 1982)
Por ínsulas extrañas
Por ínsulas extrañas
una paloma descansa
sus huesos derramados.
Del hierro muerto nace
la piel desencajada;
del hierro, dientes huecos
acechan en la puerta.
Por siglos negra y seca
la sangre nos espera,
la reja demolida,
la casa negra y seca.
Del agua resbalando
la muerte nos señala,
nos hiere, nos enciende.
Por mármoles, ciudades,
el ojo no se cierra:
miramos los espejos.
Del sueño caminamos
al sueño bostezando
y en trenes y estaciones
perdemos la nostalgia.
Por huesos la paloma
levanta las tormentas,
por brazos las extiende:
Del círculo de fuego
llegamos al desierto,
vendimos las antorchas,
clavamos las campanas.
Por últimos caminos
se doblan los planetas:
Por ínsulas extrañas
descansan las palomas
mordiendo sus heridas.
Las águilas del odio.
El hombre cruel
En sus uñas las señales,
las invasiones de los perros,
el crepúsculo glacial,
la cara oculta y nueva
de la muerte.
Le duelen los dedos,
los ojos se le caen
y un par de sus dientes
le muerden el sueño.
La tarde:
descubrió los parques,
unas calles,
la distancia.
La tarde:
terminó las hojas,
los besos,
la visiones.
Las visiones de Tiresias
A mi padre
Yo, Tiresias, anciano de arrugados pezones,
Percibí la escena y predije lo demás...
T. S. Eliot
I. Autorretrato
Yo, que he perdido relojes
durante todo el invierno,
abierto y extendido,
en toda mi razón,
por los desconocidos muros
escribiré legando mis anteojos,
debajo de estas letras,
las visiones de un ciego que respira
destruyendo oleajes.
II. Del silencio
Pausa.
La sala espera inquieta.
(El sordo traga saliva,
murmura cantando
y espera).
Pausa.
Alguien agita el programa,
los niños se ríen.
El silencio se esconde en las cuerdas,
la tarde bosteza,
se pierde.
III. Del amor
Besar espinas,
acariciar un gato muerto.
No existen cadáveres amantes,
sólo huesos caídos,
heridas cansadas.
Desde mi caja de jabón
declaro hacia el parque,
hacia las avenidas y teatros,
hacia las claveras:
No existen cadáveres amantes
ni besos, ni ojos entornados,
sólo huesos caídos,
no el amor.
IV. Del mar
Una herida de hielo
y un ojo se levantan.
Caen,
se destruyen.
El aire caliente
y las piedras
están construyendo un muro nuevo.
Una herida de hielo
y una grieta.
Caen,
se levantan.
V. De las ciudades
Corren las palomas
en su vuelo
y el tren se detiene
en una puerta.
Las ciudades son espejos,
relámpagos de olvido,
catapultas.
Las calles no terminan.
Las ciudades no son un laberinto,
son la entrada al desierto de los cuartos,
al cadáver de sal,
al arquitecto.
VI. De la muerte
Queriendo reunir la sangre
sin alterar las amapolas,
queriendo decir de una vez
la única y ciega verdad,
les aseguro,
la muerte es algo lento,
no se espera,
se nace con sus dientes
y va creciendo en cada despedida,
en cada hijo, en cada sombra.
Yo dejo las palabras y las luces,
(¡Enciendan una vela!)
yo les dejo mi muerte,
clávenla en la puerta de la iglesia,
les dejo mis cenizas,
fabriquen una cruz de hierro.
(Una mosca sobrevuela las ciudades).
No ha pasado nada.
(Un caballo muerde trece letras).
Les dejo mi fosa.
Les dejo los desiertos.
La herida
La herida de las piedras,
el árbol de barro
y el grano.
Una voz,
la herida de todos los mares,
el ancho cerco de cenizas,
el muro que bailaba.
La sangre perdida,
el frío de la sangre.
La herida,
el golpe ondulante,
la mano de mármol
y hojas
y cadenas.
Una voz,
la profundidad del fuego:
El silencio.
Los museos de cera
La miseria cuelga
en los espejos
de los museos de cera.
Mientras el calor se funde
en la fuerza de los vidrios,
detrás de la puerta
el viento camina cantando.
Se comunica el aliento
de los pasillos candentes.
No se encuentran salidas.
Las manos se derriten
cuando la peluca del negro
acaricia el vientre frío
del condenado en la soga.
Afuera un parque se mueve
y se rompen las calles
en los paseos de invierno.
Roma apareció una tarde
en que los ríos caían
en los árboles de tierra.
Así también la cera,
el polvo en las figuras,
las aburridas medallas
y el corazón de hierro.
Las salas se llaman ciudad
de ahogadas murallas en pieles
alertas de fuego y de sal,
cansadas de hielo,
caídas.
Plumas de abrigos resecos,
miradas de azufre polar:
Laberinto de espejos quebrados.
En las galerías, mudo camina
el viento de bronce materno,
rendido a los techos,
legando el ojo a las puertas
y el sol de la piedra
a las botellas.
Las graderías de un teatro
se llenan de abejas y fuego,
los caminos claudican en sombra,
los planetas de cera se agitan:
Un día se harán los hombres
a imagen del sol y la muerte.
Génesis, IV, 8
Negando las palabras
y tu boca,
alejando los vasos
y aeroplanos,
¿alejarás el miedo?
Devolviendo las hojas recortadas,
los periódicos, el mar,
¿regresarás a tus antiguos adivinos?
Negando los futuros continentes,
destruyendo las sombras de yeso,
las sombras de sangre,
¿conseguirás demoler a la muerte?
Porque una torre de cenizas
te cubre los extremos,
porque una garra de mármol
te desnuda sonriendo.
¿Te quedará el aire entre los brazos,
en todas las tierras y las noches,
podrás hallar tu frente?
Saint Louis Blues
A mi madre
I
Downtown
Unas ventanas cerradas:
La mujer sin dientes,
el cartel desencajado:
“Se vende aburrimiento”.
La muchacha del café y sus tazas,
las tazas del ferrocarril,
el tabaco del abuelo,
el canastillo de huesos y tazas,
la ciudad que cayó en la fosa.
Botellas rotas de una vez,
dientes rotos,
botellas, dientes, tazas.
Las calles jamás se cruzan:
Downtown is always cruel.
II
Neighbourhood
Una vecina está bailando jazz:
"Saint Louis Blues".
América,
qué lejos del sol,
de las ventanas
y escaleras con niños.
"Saint Louis Blues",
piano vertical cerrado en una pipa,
funeral del negro.
"Saint Luois Blues",
once blue,
forever in the distance.
III
Questions
¿Hay alguna ventana que ría?
Caballos de dientes gigantes,
caballos de hierro,
grises de frío,
cansados.
"Saint Luois Blues",
paraíso de hojas interiores.
¿Quién inventó los edificios,
los treinta, cuarenta, ochenta
pisos, ventanas, ascensores?
Sólo caballos, floreros, iglesias.
"Saint Louis Blues":
¿dónde está tu monumento?
IV
Here
"Saint Louis Blues":
No hay un solo trombón,
aquí somos de piedra.
Aquí inventamos los pisos de papel,
las hojas de afeitar-cuchillos,
el nuevo idioma inglés,
el calendario del perro.
Aquí
(sólo hablo de mi calle),
inventamos a mirarnos al espejo,
de allí a las ventanas,
de allí a los espejos.
Todas las fiestas son adentro,
todos los días son secretos.
Aquí,
las mujeres no enamoran,
se les cae la cabeza
cuando cumplen quince años.
V
Inside
Nunca me acostumbré a las ventanas.
Me quedaré con tus setenta y ocho revoluciones
esperando alguna verdadera,
me quedaré en la estación controlando trenes,
en los aeropuertos revisando itinerarios.
Me quedaré en la cárcel de ventanas
soñando, "Saint Louis Blues",
bicicletas, negros y vecinas
desnudas delante de mi espejo.
Me quedaré con el billete a Saint Louis,
con las luces apagadas,
en la avenida que cruza de la puerta a la cama,
en la fotografía vieja de mi abuela,
al lado del cartel:
“Se vende aburrimiento”.
Después
Todas las sendas llevan
a la podredumbre oscura.
George Trakl
Después,
lacerados los muros,
vacía la última montaña,
no cortaron el aire,
no limaron el agua.
Abiertos caerán sobre sus manos
los mármoles de sal,
las manos de un Dios
temblando en los océanos e infiernos,
perdido en los espejos y la niebla.
La madrugada
Chiloé
La tierra abre botellas
y enciende algunas velas.
(Esconde un desierto,
se mueve).
Descubro en la arena
al pez del arpón quebrado:
La pesca del sol:
La madrugada.
Israel
En las iglesias, las campanas
dejaron el último eco
clavado en las murallas desiguales,
despertando al confesor y confesado,
recogiendo las monedas y quemando
los cirios y el incienso.
El águila cruzaba hasta la muerte
señalando la tierra prometida.
Los caballos se quedaron
mirando a los jinetes
frente a frente
y los niños jugaban a la guerra
y en el frente los soldados como niños
jugaban y perdían la partida.
El buey observaba en las paredes
desnudando a las novias y cantando.
(Los archivos se cerraron):
El ángel engendraba las cenizas
desgarrando los relojes.
(Los templos se caían bajo el polvo):
El león reía en la montaña.
Las piedras se quedaron recortadas
negando sus sombras y la tierra
mientras caía la noche en los desiertos.
El domingo de Viernes
Los borrachos se venden
los domingos por la tarde,
mientras venden gusanos,
museos, calendarios.
Una procesión de gatos señala
la muerte de Cristo
y el Viernes Santo dormita
en un abril de heridas.
El Viernes Santo disfraza
el beso espinoso
en un verano plomizo,
en un domingo común.
¿Quién inventa los desiertos,
las camas desiertas,
los platos desiertos?
El Viernes de carne de santo
prepara los huevos del odio,
cuando los niños dormidos
descubren mil conejos.
Los borrachos caminan
detrás del becerro de hierro.
La bailarina promete escenarios
de piernas enteras, de piedra
y la madre borracha dormita
cuando los curas encienden
un velón a los desiertos.
Los borrachos se caen bailando
y el Viernes del odio se cierra,
como la catedral
en la mentira caliente
del pan de los domingos.
(A Marcela Aranda Klein)
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