Las
lanzas (Madrid, El Prado, diciembre de 1998)
Una
palabra, un destello de acero, ambos fugaces...
Fue
el día en que entregaron la humeante ciudad de Breda:
un
ignoto soldado llamado Ramón Valdés
—agazapado en las filas españolas—
lanzó
su espada al aire y hacia la plaza una injuria.
Algún
otro el insulto festejó; y el incidente
se comentó por dos días como anécdota,
antes
de regresar a la nada y al olvido.
Nunca Velázquez conoció esa minucia:
abunda
en toda guerra la humillación al vencido.
Como ese gesto sin futuro, también
un
día se olvidarán Las lanzas, Las meninas,
El niño de Vallecas,
la sonrisa melancólica
de
Spínola; y esta mano que hoy escribe y mañana
será
tierra; y el hombre que ahora inventa un personaje
llamado
Ramón Valdés, que en la toma de Breda
hizo ese gesto bravucón y minúsculo,
inhallable
en las crónicas como en la tela de El
Prado:
un
hecho de fantasía y una historia que existe
sólo en justificación de este poema.
Los
rivales (Recuerdo de Sevilla)
Existe
una foto de Joselito y Belmonte
a
días de Talavera, en la plaza de Murcia.
Joselito
de frente, la pierna en el estribo
y
su capote en el brazo derecho; Belmonte
de
perfil, la mano en la cintura y el percal
apoyado
en las tablas. Joselito sonríe
con
la montera puesta; sin montera, Belmonte
hace
un gesto. Ambos parecen cargar con más años
que
los que acusan. Más que dos rivales se ven
dos
piezas complementarias, justificación
cada
uno del arte del otro. Cómo prever
que
en días más Joselito se habría esfumado
y
Belmonte se haría más triste, la cabeza
cada
vez más hundida entre los hombros, sintiéndose
culpable
del pecado de no haber muerto a tiempo...
Qué
hubiera sido de Joselito sin
Belmonte;
qué
fue de Belmonte una vez muerto Joselito,
madurando
por décadas su final absurdo...
Quizás
un rival es un espejo que al romperse
paso
a paso nos obliga a olvidar nuestro rostro.
Quijotes
(Recuerdo de Alcalá de Henares)
Con el de hoy ya son tres
los Quijotes
que entraron a esta casa:
uno de letras grandes —que leíste
cuando sufrías de los ojos—, otro
que fue conmigo y con mi hijo un verano
en un viaje a Misiones, y el que ahora
editó la Academia —tu presente
de nuevo aniversario—. Como Sancho
sobre el rucio este libro me ha seguido
desde los diez años en que mi padre
me lo dio con inocencia a leer,
en su vieja edición a dos columnas
—de él me queda solamente el recuerdo
de una cama abrigada y confortable
y un olor a papel con humedad
que aún siento y me entristece—. Como
Sancho
desde entonces con torpeza he servido
siempre a algún ideal: con esperanza
peregrina de cambiar ciertas cosas
y certeza de acabar apaleado.
Imagen
de Aranjuez (Septiembre de 1999)
se había corrido un encierro. Poca
gente en los jardines del Real Sitio.
Era el fin del verano.
No va a ir nadie
a la plaza
—se escuchaba protestar—, no va a ir nadie.
Salvo
los que han viajado de Madrid...
Una tasca en penumbras
de calor y tabaco;
el olor de los puros, las fritangas;
el ruido de los vasos, de las bromas,
nuestras voces con acentos de Indias.
Era el año en que El Litri se marchaba
de los ruedos: esa tarde toreaba
su última goyesca en Aranjuez.
Por la noche habría fiesta en las calles
en las que aún se veían las vallas
tras las que habían pasado los toros.
No va a ir nadie a la
plaza, no va a ir nadie
—se quejaba el del puro—.
Salvo
los que han viajado —y nos miraba—
desde
Madrid para ver a Juan Mora.
Estampas de San Isidro
(Madrid, Mayo de 2012)
Qué
tórrido y hermoso que es Madrid
en
mayo, por San Isidro. Comer
un
bocadillo apurado en O’Donnell
observando
recelosos un cielo
que
amenaza tormenta. Ir en el Metro
a
Las Ventas, mezclarnos con la gente,
buscar
temprano el sitio en el tendido.
Amarnos
es estar aquí los dos
como
veinte años atrás lo soñamos.
Hay
lleno de no hay billetes. El sol
se
asoma entre las nubes y calcina.
Clarines
y timbales. Ya comienza
esta
misa pagana. ¿En qué lugar
del
mundo más a gusto viviríamos?
Será
tarde de triunfo. A la salida
dos
cañas en la Calle de Alcalá,
viendo
la plaza cubrirse de luces.
¿Recuerdas
estas cosas, amor mío?
Hablar
con el del bar de la corrida:
entonces
nuestro amigo más cercano.
Guillermo
Eduardo Pilía
nació en La Plata, Argentina, en 1958. Se graduó en Letras en la Universidad
Nacional de La Plata y ejerce la docencia como catedrático de Lenguas Clásicas
y de Teoría Literaria. Es autor de más de una veintena de libros, la mayor parte
de poesías. Ha recibido numerosos premios nacionales e internacionales, entre
otros el Premio Al-Ándalus (2010) y el Premio Andrés Bello (2014) por su obra
poética completa, compartido con el poeta chileno Andrés Morales. Es director
de la Cátedra Libre de Cultura Andaluza y vicepresidente de la Academia
Hispanoamericana de Buenas Letras de Madrid, entre otras instituciones. Los
poemas de este grupo, con algunas variantes, pertenecen a su libro Ojalá el tiempo tan sólo fuera lo que se ama
(2011), salvo el último que es de Tauromaquia
lírica (2013), obra inédita.
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