“¿Se escribe como se habla, o se habla como se escribe?”. “That is the questión” –diría Shakespeare-, que aunque nunca tuvo algo que ver con Quillota, su inmortal disyuntiva sirve como preámbulo para una ardua polémica que nació hace unos cien años en esta ciudad y cuyo genial autor planteó, en otra dimensión, el famoso “ser o no ser” del inmortal poeta y dramaturgo inglés.
Aunque las raíces de Carlos Newman Andonaegui –de quien se escribe- tenían mucho que ver con las tierra de la “rubia Albión”, pues su abuelo, Henry Newman O´Leary, había nacido en Londres y llegado a Chile en 1823, después de enfriados los ardores de la Guerra de Independencia, de la que tampoco había estado tan alejado su antecesor, ya que su primo hermano, el general Daniel O´Leary, las ejerció de secretario y memorialista del mismísimo Simón Bolívar.
El abuelo Henry Newman, apenas bajo sus bártulos en Valparaíso, las emprendió hacia Santiago, donde se desempeñó como profesor de Inglés en el Instituto Nacional. Tuvo, entre sus hijos, a Francisco, ingeniero geógrafo, quien entre los vericuetos de sus mapas y las salidas a terreno, encontró a una dama de rancio linaje colonial, Enriqueta Andonaegui, propietaria de una vasta y hermosa heredad en la muy noble ciudad de Quillota.
Para Francisco Newman el “to be or not to be” –ser o no ser- no constituyó problema alguno, porque adelantándose a Juan Pablo II y no estando para disquisiciones filosóficas de tiempos futuros, se dijo para sí: “el amor es más fuerte” y se trasladó a Quillota con sus brújulas, lienzos y trastos, que instaló en los que hoy es la propiedad que, aún hoy se mantiene lindada por las trajinadas calles quillotanas de Serrano y Sargento Aldea.
También el geógrafo trajo a su hijo, el ya mentado Carlos Newman Andonaegui, que había nacido en Santiago, en octubre de 1858, el que anduvo al tres y al cuatro en el Colegio de los Padres Franceses y en el Liceo de Valparaíso, para intentar, después, seguir la carrera de ingeniero como lo era su padre. Si en la adolescencia se despiertan los instintos más claves del hombre, ya se podía comprender que Carlitos Newman Andonaegui se titularía de porfiado, epíteto que se le asignaría, más de alguna vez, por varias lumbreras de la intelectualidad chilena.
El carácter de Newman, indisciplinado y altivo, no se avenía de ninguna manera con el régimen escolar. Nunca fue un alumno brillante y su forma de ser lo llevó a distanciarse de sus compañeros y también del Liceo de Valparaíso, donde no pudo con los exámenes. Nadador insigne “contra la corriente” –como titularía después uno de sus libros-, se encerró amurrado detrás de las fantásticas murallas de la llamada todavía existente Finca Andonaegui, para devorarse los miles de libros que había coleccionado su padre.
Uno de sus biógrafos, Gustavo Boldrini, lo recuerda, “fue invariablemente reprobado en todos sus exámenes, derrotas escolares que aguijonearon sus anhelos de cultura. No siéndole posible obtener un título científico universitario, continuó sus estudios por sí solo, nutriendo su espíritu con útiles y variados conocimientos y formando su carácter en la observación práctica de la vida y leyendo obras de Ciencias. Su dedicación favorita era la lectura de libros y revistas inglesas. Las lecciones de Matemáticas y Química las recibía de su ilustrado progenitor, practicando en un laboratorio que había instalado en su propia biblioteca”.
Así se preparó, en la inusitada soledad de la mágica ciudadela Andonaegui –sin mirarle las piernas a una profesora ni pellizcarle el trasero a una compañera-, un quillotano que encendería, de su puño y letra, a fines del Siglo XIX y principios del XX, la hoguera de una revolución que tuvo de las mechas a lo más granado de la inteligencia nacional, y hasta universal. Si quererlo, Carlos Newman Andonaegui, se convirtió en un guerrillero de papel; en un francotirador de la palabra. Su lucha aún tiene enormes huellas.
En 1892, Carlos Newman Andonaegui andaba por los 34 años y, muy de a poco, había conseguido el reconocimiento científico de sus pares y se desempeñaba, ya por diez años, como profesor de Química de la Escuela Naval y, hasta había editado algunas hojas sueltas con los resúmenes de sus trabajos de laboratorio –junto al maestro en Física Industrial de la Universidad de Chile, A. E. Salazar- titulados “Resultado del Examen Químico y Bacteriológico de algunas Aguas de Chile” y “Notas sobre el Espirilo del Cólera Asiático”, bajo el sello de la Imprenta Universo de Valparaíso.
Claro que en ese año de 1892, cuando aún la pólvora de los cañones de la Guerra Civil no se esparcía, Carlos Newman Andonaegui –porfiado ante “los porfiados hechos”-, se le ocurrió iniciar, él solito y sobre calentito, una revolución ortográfica que comenzaría en la Finca Andonaegui y que, luego, se esparciría como un caudal hasta las ilustres calvas de los miembros de la real Academia de la Lengua, bajo la consigna -¡cómo hacer una revolución sin consignas!-: “¿Se escribe como se habla, o se habla como se escribe?”. Fue como meterles un dedo en sus ojos a los ilustres académicos.
Y, como –dicen- del dicho al hecho, hay un breve trecho, y como de rebelión se trataba, Carlos Newman Andonaegui lanzó la primera andanada. Editó “altiro” un folleto iniciador de la lucha por la Ortografía Fonética: “Examen Kímico y Bakteriolójiko de las Aguas”. No pasó mucho, que digamos. No le dieron bola. Aunque la publicación es el primer hito histórico de la cruzada que ya había defendido -400 años antes- el gramático Antonio de Nebrija y que ahora tenía como principal trinchera la rebautizada Finka (con K) Andonaegui, que lucía castillo y almenas, y una ciudad capital: Killota.
Con el paso del tiempo, el volumen de publicaciones que ocupaban esta singular escritura, conformó una cantidad suficiente como para tenerla en cuenta: “Informe sobre algunas Aguas de los Zerros de Balparaíso”; “El ielo ke se conzume”; Kosto Komparativo en Chile del Gas y la Elektrizidad”; “La Unificazión de las Medidas”; “El Kambio ke Ezperimenta el agua de El Zalto” durante el Inbierno”; y, otras, hasta completar una verdadera biblioteca de impresos científicos, sociológicos, traducciones y obras de divulgación y de defensa de “La Eskritura Rrazional o Fonétika”, con una unidad común: la Finka Andonaegui en Killota.
Está claro que el rebautizado Karlos Newman Andonaegui era un hombre con una comprensión total del mundo, tanto que su nombre no alcanzaba para firmar todos sus escritos. Muchos de ellos se confunden con seudónimos o discípulos de su campaña. Es así como aparecen, en su extensa bibliografía fonétika, autores como Karlos Kabezón, Umberto Enrríquez –supuestamente italiano-, Alfredo Blummer y Franzizco Enrríkez , todo ellos avecindados en Killota, aunque algunos pies de imprenta señalan sus tintas en múltiples talleres de París.
Según Gustavo Boldrini, “a la vista tengo un pequeño libro titulado ‘La Ortografía Rrazional’, cuyo autor es un señor Karlos Kabezón, con pie de imprenta fechado en 1902, en Killota. Su razón de ser, aparte de la extensa bibliografía ortográfika que incluye, es la justificación de esta actitud tan poco akadémica” y da cuenta de lo que dice el mentado Kabezón, citando a Andrés Bello, entre líneas.
“El mayor grado de perfección de ke la escritura es susceptible, i el punto a ke por consiguiente deben conspirar todas las rreformaz, se zifra en una kabal korrezpondenzia entre loz zonidos elementalez de la lengua, i los zignos o letraz ke an de rrepresentar, por manera ke a kada zonido elemental korresponde invariablemente una letra, i a kada letra corresponde, con la misma invariabilidad, un zonido…”, argumenta Karlos Kabezón, parafraseando a Bello.
¡Qué tal! Un verdadero Paraíso para los malos para la Ortografía. Parece quedar absolutamente claro en las palabras de Karlos Kabezón que es necesaria la supresión en la escritura de los sonidos que no existen verdaderamente o que ya estén representados con algún signo. El cronista quillotano Gustavo Boldrini, un poco irónico (aunque comprensivo), resume lo leído: “casi le faltaron ‘kaes´ a nuestro coterráneo para explicar con claridad su pensamiento”.
Sin embargo, las cosas estaban claras. Afuera las C, las H, las Q, las Y. Sólo deberían existir, para un mismo sonido elemental, las K, las B, Las Z, en vez de la S y la C, entre otras, “porke de una vez por todas, tenemos ke entender ke la rreforma de la Ortografía Kastellana es una necesidad ke se impone kada día con más vigor. Es menester ke ezkribamos komo ablamos”, arremeten todavía –y con bastante razón- en hojas amarillentas Karlos Newman y su tocayo Kabezón.
Pero, un revolucionario que pretendía abatir el bastión inexpugnable de la ortografía, no podía pasar desapercibido. Más aún, cuando era el momento en que el Senado de la República debatía la Ley que adoptaría las normas de la Real Academia Española como la oficial para el Estado de Chile.
Aquí aparece en escena Umberto Enrríquez –supuestamente italiano-, quien en un libro titulado “La Ortografía y loz kuatro Zenadorez”, desde sus primeros párrafos lanza andanadas como ésta: “Komo el Eztado de Chile no zabe leer ni escribir, lo ke loz kuatro zenadorez an kerido dezir ez ke loz empleadoz del Eztado deberán obserbar las preskripzionez kontenidaz en 5.295 artíkulos de ke konsta el Kódigo Rreal Akadémiko Español Ortográfiko, dejando de lado el lenguaje fonétiko ke ez máz propio”.
Hasta aquí la Rreboluzión Fonétika que había armado Karlos Newman había gastado, inútilmente, su pólvora sólo en gallinazos. Pero el ataque a los “zenadorez” fue como mucho. Un verdadero conato de sedición contra la conservación del idioma, por lo que sus defensores decidieron “acuartelarse” y sacar a la calle a sus soldados de pupitre, pluma en ristre y bien dispuestos.
Los primeros defensores de la Ortografía Académica, que pusieron su pecho frente al quillotano Karlos Newman –iniciador de “la madre de todas las batallas ortográficas”- fue Manuel de Salas Lavaqui, con un artículo, publicado en 1914, en el Diario Ilustrado. , llamado “Las Reformas Ortográficas ante la Real Academia Española”; y Manuel Antonio Román, en el mismo diario, con la nota “Escribamos Español con Ortografía Española”, a quienes Karlos Kabezón, revoltoso y deslenguado, tilda de “turiferarios”, que en la lengua de Castilla, significa “aduladores”, por lo más bajo.
Claro que el más implacable bastión contra la “Ortografía Fonétika” fue Emilio Vaisse, el notable crítico literario, que se desempeñaba en las primeras décadas del Siglo XX en “El Mercurio” de Santiago y firmaba sus artículos con el seudónimo de Omar Emeth. Su primeras incursiones en la “granizada” de impresos que había editado Karlos Newman, fue contra “Tradukzionez y Traduktorez”, que firmaba Alfredo Blummer.
Un tiempo después, Omar Emeth las emprendió en pos de Umberto Enrríquez –el italiano- , y termina, en una faena de lenta demolición, con el arisco Karlos Kabezón, en un irónica y brutal crítica al libro “La Ortografía y los Kuatro Zenadorez”, que ya iba en la Segunda Edición, y cuyo pie de imprenta, pomposamente, señalaba: “Imprimé Par Philippe Renouard, 19, rue des Saints-Peres. París”.
Hasta el momento, iban más de treinta impresos de “Ortografía Fonétika”, nacidos detrás de las murallas de la “Finka Andonaegui” y, pese a las críticas –algunas de ellas señalaban “las extravagancias del nuevo ortógrafo”- Carlos Newman se dio maña, aún, para traducir a la “eskritura rrazional” los libros “De la Libertad”, de Stuart Mill y “El Indibiduo kontra el Eztado”, de Herbert Spencer.
Es que Karlos Newman no se andaba con cosas chicas. Hombre de vasta cultura, conocía el pensamiento universal y viajaba, continuamente, a Europa, donde aparte de empaparse de las últimas corrientes del saber, también traía a Quillota y a su “Finka Andonaegui”, los últimos adelantos en implementos de fisioquímica, que es su especialidad profesional.
De todos modos, Carlos Newman nunca estuvo muy solo en su cruzada ortográfica y cuando arremetían las críticas en su contra, respondía con una nueva publicación. En muchas de ellas, resumía el pensamiento de hombres ilustres que también abogaban por su defendido método de escritura fonética, que ya no parecía tan nuevo como en su primer momento quillotano.
Como muestra, había bastantes botones. Antonio de Nebrija, el Padre de la Gramática Castellana, quien traducido por Newman-Kabezón, le hablaba desde el pasado a los detractores de los quillotanos. “Azi tenemoz ke ezcribir komo pronunciamos e pronunziar como escribimos. Porke en otra manera en bano fueron alladaz las letraz. No es otra koza la letra zino figura por la kual se representa la boz e pronunciación. La diversidad de laz letraz no está en la diversidad de la figura; zino en la diversidad de la pronunciación”, señalaba el gramático en 1492.
¡Qué le habían dicho al apóstol quillotano de la “Ortografía Rrazional”¡ Ratón de bibliotecas, al fin y al cabo, volvió un vez más al safari por sus libros que llenaban las paredes de la “Finka Andonaegui”. Desde allí extrajo nuevos argumentos que echó en cara de sus detractores: “Un zigno para kada zonido i un zonido para kada zigno, prinzipio proclamado en tiempos del famoso Nebrija, aceptado oi por kuantos en Europa y Amérika ze preocupan de eztas cuestiones, zin pagarze de pedantizmos de zemizabios, i úniko zimiento berdaderamente zientífico y razional de toda ortografía que ze eztime komo fiel representazión de la palabra por la ezcritura”, decía en sus “Estudios de Fonétika Kaztellana” –según Newman-, el notable Araujo.
Claro que los múltiples intentos de Karlos Newman por mantener en pie la polémica y la bandera de su revolución ortográfica, decayeron ostensiblemente hacia los años 20. Aunque la sucesión de nombres ilustres –como Eduardo de la Barra, entre otros- que argumentaban como el quillotano, llenaran más y más libros con sus citas “ad hoc”, el movimiento terminó por decaer definitivamente, pese a las voces del pasado que llegaban en su ayuda. Andrés Bello señalaba que “conzerbar letras inútiles por amor a laz etimologías, me pareze lo mizmo ke conservar escombros en un edifizio nuevo ke nos agan rekordar el antiguo”.
De todos modos, Karlos Newman –porfiado hasta el final de sus días- no se iba a hundir sin la bandera al tope, aunque su testamento fueran las palabras de Miguel Luis Amunátegui, en su “Ensayos Biográfikos”, también traducidos a “Escritura Rrazional o Fonétika”, por algunos de sus discípulos o los fantasmas de su imaginación del solitario –a veces- habitante de la “Finka Andonaegui”. Amunátegui escribió –y basta mirar los muros de las ciudades para confirmarlo: “La rreforma ortográfika triunfará máz tarde o máz temprano; pero zu triunfo ez zeguro. La idolatría o la supertizión no pueden albergarze en las letraz del alfabeto. La kimera de oi zerá la realidad de mañana”. Gabriel García Márquez reabrió la polémica, luego de recibir el Premio Nobel.
El tema sigue estando vigente y Karlos Newman Andonaegui –como su Finka- sigue en pie y la pregunta se repite: “¿Se escribe como se habla o se habla como se escribe? “That is the questión”- El revolucionario del alfabeto murió en 1923 y, aunque no pudimos encontrar su tumba en el Cementerio en Valparaíso, adivinamos su porfiado epitafio: “Aki llaze Karlos Newman Andonaegui. Ortógrafo rrazinal”. Y, en un pequeño epígrafe seguramente dirá: “¡¿Ze ezcribe komo ze abla o se abla komo ze ezkribe?¡ ¡¿Kómo ez la cuestión?!”.
Miguel Nuñez Merkado (con Ka)
1 comentario:
La Finka sobrebibe solo por el amor de kienes valoran lo que ai dentro,un tiempo detenido, es como si Barros Arana kisiera que las kosas se mantuvieran tal como las dejó don Charly,así es asta oy....
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